Pero... ¿cómo terminarlo? La reina de Saba me planteaba un desafío que no resolví hasta el último minuto. Que viajaba en limusina lo tenía claro desde el principio, aunque el gag visual de la página 96 (otra de mis favoritas) lo improvisé mientras dibujaba el original (y también, por cierto, el gag de las gafas 3D, que nunca estuvo en el guión. A estas alturas, la historia se estaba escribiendo prácticamente sola -y volveré sobre esto-).
El gran problema era si teníamos (los personajes, el lector, yo mismo) que ver a la reina o no. Me debatí mucho tiempo sobre ello. Pero hasta que no hice un intento serio de dibujarla no confirmé mis sospechas: mostrarla la convertía en una marioneta más del desfile. Su misterio -la sensualidad irresistible, la majestuosidad arrebatadora, la sinceridad o la falsedad de su desgarro, lo siniestro de la situación- se transmitía mejor mostrando solo una voz agazapada en la oscuridad de la limusina. La imaginación del lector la iba a hacer más poderosa que cualquier imagen que yo pudiera darle.